martes, 15 de julio de 2008

DE LA EDUCACIÓN DE NUESTROS HIJOS

¿Cómo se educa a un hijo? Difícil pregunta, y no busco fórmulas, sino la comprensión profunda del movimiento de la educación, de sus mecanismos, de los aspectos que implican.
Cuando se es padre lo que más mueve a éstos, yo me incluyo, es el deseo, deseo de que tengan salud, deseo de que sean inteligentes, y no solo eso, también hay el deseo de que se adapten al sistema y sepan funcionar en él, y cuando menos que adquieran los mínimos de conocimientos para sobrevivir en él.
Con la movida de tanto deseo, de tanta ambición encubierta de buenas intenciones, ¿Cómo se puede educar a los hijos en la libertad, liberarlos del deseo, educarlos en el más absoluto respeto, si al final, el hijo que tenemos no lo aceptamos en su esencia? Quiero decir que deseamos, en el fondo algo que podría ser pero que no es. La diferenciación entre lo que es y nuestro ideal genera conflictos. ¿Cómo se puede sentir un hijo cuando percibe, consciente o inconscientemente, que no se acerca al ideal de hijo que sueñan sus padres? Solo pueden sentirse no queridos, se sienten relegados emocionalmente, se vuelven huraños, inquietos, desobedientes, violentos.
Se observa que cuando los niños se aproximan al ideal de niño que se han formado los padres, son niños más seguros, más abiertos, más decididos. Cuando el niño no corresponde con el ideal, los padres deciden modificar actitudes y aptitudes. Los padres tras su muralla de resistencia, resisten a las envestidas de los hijos, y reaccionan con castigos, mientras los hijos crean su propia resistencia, generando conflictos permanentes, los resultados de los castigos son bien mediocres o nulos. A lo más que se llega es a reprimir al hijo y ahogarlo si los padres son muy autoritarios.
¿Qué pasa cuando los pares buscan que los hijos tomen una actitud de completa responsabilidad, y tomen conciencia de que su deseo y su resistencia ejercen un freno en su desarrollo interior e intelectual?
Cuando el hijo fracasa en el colegio, y si el padre o la madre se preocupan, la lucha que se establece es titánica, el deseo crece, la violencia, también. Primero se trata de poner medios, técnicas, métodos que puedan ayudar al niño o niña a salir del atolladero, pero no siempre se sale, si se sale, el padre habrá tenido motivo para ensanchar su ego, si fracasa con varios métodos, entonces se empezará a maltratar al niño, robándole lo poco que tenga de autoestima. Porque para el padre aceptar el fracaso del hijo, comprender la resistencia que genera, su magnitud, es muy duro. Se parte del principio de que solo resistiendo a los problemas, podemos abordarlos. Y este es el núcleo del problema: el deseo acompañado de la resistencia a aceptar lo que es, sin más.
La intervención es permanente, no aceptamos el fracaso como forma de aprendizaje de la vida, no dejamos que nuestros hijos midan sus fuerzas y sus capacidades, aceptando los riesgos que lleva el descubrimiento de uno mismo, es decir de nuestros hijos.
Pero vamos a nuestras dudas, y nos decimos: "tengo que reaccionar, no puedo estar quieta, tengo que hacer algo, lo que sea, una bronca, un castigo, ayudarlo", porque en el fracaso va menoscabada mi autorrealización como padre o como madre, nuestro ego se ve herido, nuestra ambición pisoteada. Si se observa atentamente nuestro interior, puede que en el fondo haya más el reflejo de nuestro ego, y su manifestación vanidosa, que una verdadera preocupación por nuestros hijos. Y nuestro ego vanidoso reacciona: arreglando su habitación si vemos que alguien puede tratarnos de sucia, haciéndoles los deberes, aunque todo contribuya a mayor irresponsabilidad en ellos.
Cuado se sabe que mediante la observación y comprensión del problema, sin el deseo, sin el acicate de la urgencia que imprime el deseo, sin la resistencia al desastre, sin la búsqueda del resultado, entonces nos invade el miedo, el vértigo, el saber que estás en un terreno desconocido, donde nada es previsible y tiembla cada fibra de nuestro cuerpo. Desnudarse de todo es muy difícil, muy difícil.
A los hijos los vivimos como una extensión de nosotros mismos, si nos obsesiona su aprendizaje nos agobiamos, si nos preocupa la comida, nos agobiamos. Si prevemos que para su futuro ha de estudiar, leer, hacer deporte, y por alguna razón no responden a nuestras demandas, también nos agobiamos, presionamos, con la idea de que bajo la presión tienen que funcionar, responder a nuestro criterio sobre su propia vida, marcando nuestros propios principios de ambición que dibujaran su camino, sus prejuicios, sus objetivos y con suerte le convertiremos en un ser mediocre y amargado que jamás sabrá con quién convive las veinticuatro horas al día, es decir, jamás se le enseñó como encontrarse con la verdadera vida, es decir con uno mismo, como conocerse, como vivir con lo que somos. El alcance que este planteamiento educativo tiene, es impredecible, en todos los terrenos de la vida.
Pero presentarse ante un problema de tu hijo, comprender el problema, para decir: no sé que solución tiene, no sé por donde cogerlo, carezco de conocimiento, carezco de experiencia, carezco de sabiduría, no sé nada de nada, solo sé que mi hijo crece a diario y no sé si hago bien o mal en su educación. Solo sabes que le amas, que amas a tus hijos y que no están libres de ser víctimas de tu propia ignorancia, de tus propias ambiciones, de tus obsesivos deseos. Cuando tienes el convencimiento de que el deseo, su naturaleza es violenta, que genera antagonismo, ansiedad, competencia, y sabes, o mejor, descubres que sientes unos fuertes seos de que tu hijo sea el mejor, que triunfe en lo que se propone, te pones a observar tu movimiento interior, y te preguntas, ¿si me deshago del deseo, que será lo que protege a mi hijo, qué será la fuerza que le empuje a seguir hacia delante? La reacción suelen ser, primero, de aferrarse al deseo como tabla de salvación. Si pese a todo sigues, llega el miedo, porque después de quitarte el deseo, no queda nada que anteriormente te sustentaba y ves el vacío y ante el vacío se produce el miedo. Pero la respuesta es clara el cambio se produce, a veces no, pero en cualquier caso tu hijo mira de otra manera, descubre, a través de tú mirada que la libertad está ahí, dentro de él, porque detrás de este vacío está el amor, el amor incondicional, completo y sin reservas. Sigues sin saber como, encontrando, sin saber como esa conexión que nos convierte en armonía en esa simplicidad de las cosas, en esa relación sencilla que vibra sin ser tocada, sin ser mirada, sin ser buscada, sin ser deseada. Y la magia se hace realidad, el milagro del entendimiento es total. Sin más.
Son esas experiencias que te hacen creer en otra posibilidad, en otro horizonte, en otra vida, en otra educación, pero se tambalea en cuanto la mente desea permanecer en este estado de plenitud, de fluir sin forzar nada, de estar alegre sin buscarlo, y empieza a querer controlar la situación para que nada cambie. Y ya todo se estropea, se inicia otra vez el proceso de la lucha, de la fuerza, y el amor se vuelve, de algún modo, una mercancía, la resistencia gana terreno al fluir suave y eterno.
Hay reflexiones que debemos tener en cuenta ¿queremos realmente que nuestros hijos permanezcan siempre en la rebeldía, que no se amolden jamás a las demandas sociales de competencia, de búsqueda del logro? Es difícil, yo sé que yo soy la competencia, que yo soy el amoldamiento, porque en el fondo de mi corazón busco la aprobación de los que me quieren, porque busco la aprobación de los que me rodean. Porque busco lucir mi ego con los amigos con los familiares, presumiendo de los resultados. Resultados académicos, resultados, buenos resultados en la educación.
¿Qué no seríamos capaces de hacer para obtener esa aprobación? Nos arrastraremos por el fango del sacrificio, nuestro y del propio hijo, y le amamos, pero seguimos con la creencia de que lo mejor para nuestro hijo es la adaptación al sistema, la aprobación de los profesores. El éxito en forma de notas, en forma de valoraciones huecas, vacías, pero ¡Cuánto nos llena la aprobación de todos! ¡Qué bien nos sentimos, en medio del éxito! Y que desgraciados si nos falta, si el éxito no acompaña a nuestra expectativas. Si que educamos, siempre lo hacemos pero ¿lo hacemos bien?
La sociedad nos pide que tengamos una serie de conocimientos, nos demanda unas series de capacidades, para después ser utilizados y explotados por el sistema, y tenemos que dar al sistema lo que nos pide, niños bien adaptado, niños "bien educados" para que el sistema pueda utilizarlos, y luego si no cumplen con las expectativas desecharlos. El sistema educa no para crear una sociedad con individuos libres y capaces, sino par adaptar piezas al sistema, es aterrador. Y los padres nos dejamos hacer, porque buscamos el premio del éxito: la aprobación social. La película "La naranja mecánica" es un ejemplo de cómo la capacidad de matar, puede ser adaptada y asimilada por la sociedad, porque la sociedad alimente la represión, la fuerza, la violencia, para mantener este mundo desigual, violento, de explotación. Desgraciadamente es para esto para lo que educamos a nuestros hijos porque estamos en medio de la tempestad social, y nos gusta sentirnos aprobados por ella, la sociedad, es decir, nuestros vecinos, amigos, familiares.
Pero hablando en positivo, lo que más cambia a mi hijo es cuando tomo conciencia de que el forcejeo que mantengo con él cuando quiero cambiar algo, solo demuestra que no amo lo que mi hijo es en ese momento que deseo cambiarlo, porque lo veo como un proceso hacia un proyecto que yo me he inventado en mi cabeza, una imagen –presumiblemente perfecta- pero que demuestra que no es a mi hijo al que amo, sino a mi proyecto, porque si amo a mi hijo tal como es, sin más, no tengo nada que cambiar, no tengo nada por lo que luchar, no hay que resistir. Y yo le miro y le amo como es, sin cambiar nada; es entonces cuando el milagro surge como si fuera una fuente diáfana que mana del fondo de la tierra. Amor incondicional. Sin esperar nada, ni cambios, ni mejoras, ni buenas actitudes, ni buenas notas, ni hacer que sea trabajador, solo el amor hace todos esos milagros de un golpe, sin ningún esfuerzo, sin ningún plan.
Pero nadie se fía de estos milagros, ni nadie es capaz de amar incondicionalmente, por eso, solo por eso, elaboramos tantos planes, dedicamos tanto tiempo a investigar con los libros de pedagogía como solucionar los numerosos problemas que nos acosan diariamente.

jueves, 20 de marzo de 2008

En la seguridad de mi ego

Cuando miro a mi alrededor observo como la gente esta segura de sí misma, pretende dar a su vida un aire de estabilidad, de seguridad, que yo envidio. Y esta envidia es tan grade, como mi inteligencia limitada permite omitir una verdad: que la seguridad, sólo es una fantasía siniestra que nos creemos para no volvernos locos. Y yo sueño con recuperar la creencia de que la seguridad puede volver a mi vida, como cuando era niña y la sombra de mis padres me protegía, pese a sus propias incertidumbres y sus propios miedos, que los había.

martes, 12 de febrero de 2008

EN ESTOS DÍAS

En estos días de tragedias agenas y de vidas pequeñas, sobrevivimos, a duras penas, al aburrimiento, a las ganas y desganas de seguir llevando las cadenas, como collares pesados que encorvan nuestra espalda.